sábado, 9 de julio de 2016

Volver a ser esa que no recordaba

El Tinder me hizo sentir deseada, levantó mi autoestima. Hizo que pensara que era más bella de lo que realmente era. Hizo que tenga expectativas, que espere que algo suceda, que sueñe con que me va a tocar a mí la suerte de conocer a alguien que sí valga la pena y que sí me haga "cerrar" esa aplicación.
Sí conocí (o al menos, creí conocer) a alguien por quien cerrar esa aplicación. Pero es como todo: el espejismo se desvanece a medida que nos acercamos a él. No hubo promesas ni juramentos ni nada de nada, diría Luis Miguel, pero tampoco es necesario para que mi mente haga un sinfín de especulaciones y elabore, sin necesidad y sin sentido, hipótesis y situaciones. "Si me presentó al papá es porque quiere verme otro día" es mentira. Me presentó al papá porque estaba justo ahí, en esa casa, nada más.
Me pregunto qué es lo que me impide, en esta nueva soltería, ser igual que los hombres. Saciar mi apetito y ya. Olvidar. Dejar ir. Soltar. Disfrutar del momento y no pensar en el después. Ahora me toca luchar con la necesidad de no escribir para no quedar expuesta, de no decir lo que realmente siento para no quedar pesada, para que de una vez por todas el otro sea el que dé el primer paso y no quede yo tan en evidencia.
Conocí sí a alguien por quien cerrar esas aplicaciones y me he dado cuenta que esa persona soy yo. Suponía que era más inteligente pero sigo siendo la misma enamoradiza que cree todo lo que le dicen y que, después, no entiende qué pudo haber pasado entre el último mensaje y dos días de silencio, ¡si estaba todo bien! Si le gusto, si me gusta, ¿por qué entonces no me escribió más? No estoy para estas preguntas en este momento de mi vida.
Necesito y disfruto el buen sexo y los besos largos y profundos, pero también necesito que, al despedirnos, no me den un beso en la mejilla.

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