martes, 4 de noviembre de 2014

Gracias

Gracias es una de las palabras más lindas de nuestro vocabulario. Amor también lo es, por supuesto, pero "gracias" tiene ese no sé qué de reconocimiento, de aprecio, de abrazar la vida y sentir que algo está bien a nuestro alrededor. Y, si miramos fijamente, en general está todo bien. Sí, no está "ideal", no está como a nosotros nos gustaría... Pero ¿todo está taaaaan mal? Miremos de nuevo: no, todo no. Hay cosas que están bien, me atrevería a decir que muy bien.

Si miro qué cosas están muy bien puedo enumerarlas:
- Estoy sana
- Doy y recibo amor
- Tengo familia y amigos
- Estoy escribiendo esto.

Y tengo una lista interminable, lo prometo; no la incluyo acá porque se va personalizando cada vez más y no interesa tanto. Lo que creo es lo más importante es que siempre siempre, siempre, siempre, tenemos una razón por la cual ser agradecidos. Haberse despertado ya es una de esas razones, haber desayunado, ir a trabajar, llevar a los chicos a la escuela, recibir un mensaje de un ser querido. Estar inmerso en el trajín diario también es un motivo para ser agradecido... ¿Y agradezco lo malo? Y sí... Algo aprendí de eso; ¡de todo lo malo que me ha pasado aprendí a ser agradecida! ¡Sí! ¿Porque saben qué? En medio de tanto sufrimiento un día hice una lista de las cosas por agradecer... Y esa lista la leí una y mil veces hasta que me dí cuenta que, leyéndola, sonreía... Y eso me ayudó un montón a cambiar mi estado de ánimo.

Ayer leí una de las últimas cosas que dijo Brittany Maynard antes de morir y me vi totalmente de acuerdo con ella: "La gente que se para a apreciar la vida y dar gracias es la más feliz". Yo me propongo y les propongo que todos los días nos paremos un instante para agradecer la vida que tenemos, las experiencias que hemos vivido y la gran oportunidad que tenemos de disfrutar.

Salud para todxs.

viernes, 17 de octubre de 2014

Las pulsiones

Hay algo que no puedo negar y es la capacidad que tiene alguna gente de arruinar los momentos más lindos. No sé si será a propósito o la famosa lucha entre las pulsiones de vida y de muerte de la que habló Freud, esa lucha constante en la que se desarrolla nuestro diario existir. En este caso, los momentos lindos son batallas ganadas por la pulsión de vida, pero como la de muerte está siempre al acecho, saca sus garras y los arruina recordándonos que nunca se fue, que puede haberse agazapado pero nunca desaparecido.

En mi caso creo que la mayoría de las veces gana la pulsión de vida. Habitualmente tengo pensamientos luminosos y sólo veo las cosas lindas de la vida. Sonrío, sueño, creo en lo que me dice la gente: cuando me dicen "voy" espero que vengan y cuando me dicen "te llamo" espero que lo hagan. Creo en la palabra: definitivamente creo. Y también tengo expectativas. Y esas expectativas muchas veces no se ven alcanzadas por la realidad... Porque si alguien espera algo de mí, es probable que lo obtenga... Pero si yo espero algo de alguien... ¡Ay! Muchas veces no obtengo lo que quiero. Este creer constante, este pensar divino, redunda en mi propio beneficio, claro. Sin embargo, muchas veces me pregunto qué gano cumpliendo lo que prometo, qué gano haciendo lo que dije que haría, si cuando solicito algo a cambio nada sucede. Según los "cuatro acuerdos de la sabiduría tolteca" gano respeto: "ser auténtico te hace respetable ante los demás y ante ti mismo".

Entre la pulsión de vida que yo acojo diariamente y la pulsión de muerte que muchos ponen en mi camino, la vida no deja de sorprenderme. Trato siempre de hacer lo mejor y en muchas ocasiones puedo asegurar sin dudar que doy lo mejor de mí, en un 100%. Y que ese mejor de mí es lo más puro que alguien puede encontrar en mi corazón. Que esas personas usen su pulsión de muerte para arruinar mi felicidad me da mucha tristeza y no puedo dejar de preguntarme cuánto tiempo puedo tardar en aprender la lección más importante que es que muchas personas no quieren vivir con alegría, sólo disimulan hacerlo. Y que muchos seres que encuentro en mi camino no son como yo los pienso, son como ellos pueden ser, así como lo soy yo.

Salud.

domingo, 21 de septiembre de 2014

Mendiga

Acostumbrarse a algo o a alguien muchas veces nos hace dependientes. No a todo el mundo, por supuesto, hablo siempre desde mi experiencia. Esa dependencia me hace mendiga. Mientras escribo esto de "mendigar" no puedo creer que realmente lo sea. Ser mendigo es lo más triste del mundo: soy como un personaje de algún libro de Charles Dickens, extendiendo la mano y pidiendo una moneda, pero en realidad lo que estoy pidiendo es un poco de atención, una sonrisa, una voz.

Cuando escribí hace poco lo del cambio de 180º nunca me imaginé que no iba a hacer nada de lo que había escrito ahí. He hecho algunos cambios relacionados con mi autoestima, algunos difíciles, en otros las modificaciones son sutiles o se ven poco, o se ven por un rato y luego desaparecen para volver a mostrarse después. Pero hay otras cosas que iba a hacer que aún no hice... Y creo que todo lo contrario: fui para atrás. Porque mendigar amor es lo peor que le puede pasar a una persona.

¿Cómo continuar? ¿Cómo revertir esto? No lo sé. Quiero apretar un botón que borre todo lo que ha pasado en los últimos días y ese botón no existe. Lo bueno es que, eventualmente, alguna lección aprenderé. Será cuestión de esperar.

La agonía y el éxtasis

Pasa el tiempo y me convenzo que, en las cuestiones del amor, no aprendí nada. Y en las cuestiones personales, tampoco. ¿Cómo es que puedo llegar a depender de otra persona para ser feliz? ¿Para vivir y para hacer lo que yo quiera? Es mentira lo del cambio de 180º, sigo siendo la misma boba de siempre que cree en el amor, que cree en las palabras, que cree en las personas. Si realmente quisiera hacer ese cambio, no me importaría nada, pero nada. Porque convengamos que los demás hacen cosas y no se detienen a pensar en qué voy a sentir... Todos hacemos cosas un poco egoístamente, claro, no soy la excepción.

Cuando era más chica sufrí mucho por amor, pero mucho. No voy a dar detalles acá porque sería eteeeerno... Y hace más de 16 años que no lloro por amor. Y hoy, 21 de septiembre de 2014, estoy llorando por amor y no lo puedo creer. No lamento nada de lo que dí, nada; lo volvería a dar aunque me deje este hueco acá en el pecho que parece imposible de llenar. Lo único que lamento es lo que escribí al principio, esto de no haber aprendido nada. Y lo peor de todo es saber, en lo más íntimo, que es poco probable que aprenda algo. Soy así, me enamoro, entrego mi corazón y después, veo que me lo devuelven hecho un bollito.

martes, 12 de agosto de 2014

Dile que sí

Escribió Gabriel García Márquez:

"Dile que sí, aunque te estés muriendo de miedo, aunque después te arrepientas, porque de todos modos te vas a arrepentir toda la vida si le contestas que no."

Qué buena frase, ¿no? Cuántos de nosotros habremos dicho que no por miedo, o lo seguimos haciendo. En mi caso la mayoría de mis "no" fueron cuando salía de la adolescencia y entraba en la primera juventud; ahora estoy más con el "sí" pero a veces encuentro resistencias externas, relacionadas con el otro que no está acostumbrado a tanta afirmación junta.

Creo firmemente que, a esta edad, estoy en un punto en la vida en que no puedo darme el lujo de perder el tiempo. Es más, tengo la obligación de no perderlo. No porque me vaya a morir mañana ni mucho menos, no, si no porque desaprovechar las oportunidades, no arriesgarme, frenar mis impulsos por miedo, son maneras de durar en lugar de vivir.

Esta hermosa afirmación va de la mano con la pregunta obligada: "¿Y qué esperás para hacer lo que realmente querés?" No lo sé: cuando estoy por apretar el acelerador, se activa mi cobertura de seguros contra terceros y veo que puedo lastimar a otros. Y un sentimiento de empatía me embarga y voy bajando la velocidad hasta detenerme... En este proceso me invade la tristeza y la seguridad de que decir que sí, para mí, no es fácil: una contradicción más en la historia de mi vida.

¡Salud!

viernes, 11 de julio de 2014

Tres al hilo

En un año murieron tres personas allegadas a mí: mi amigo Eduardo fue el primero, el 25 de junio de 2013, con tan sólo 48 años... Luego Karina, el 23 de diciembre de ese año, la esposa de mi amigo Pablo, también joven, 42 años. El 10 de julio de este 2014 murió Humberto, mi suegro, con 82. Los tres murieron de esa enfermedad que tanto tememos y tanto desconocemos: cáncer.

Pero no quiero hablar de enfermedad ni de muerte, quiero hablar de la vida. El otro día escribí en un mail que soy una resiliente y realmente lo soy, me felicito por haber logrado lo que logré y por tener, en esta vida, salud, amor, familia y amigos. Y es la partida de los seres queridos la que me ha puesto en perspectiva la importancia de vivir y de disfrutar, sinceramente, las cosas de todos los días.

También me ha hecho pensar en esas otras cosas, las que siempre postergo para "cuando tenga tiempo" o para "cuando se alineen los planetas". ¿Para qué esperar? ¿Y por qué? ¿Miedo a qué tengo que no puedo hacer eso que realmente quiero? Quizás Eduardo o Karina pospusieron cosas que después nunca pudieron llevar a cabo... No me refiero acá a Humberto porque tenía 82 años y vivió bien, pero ¿los otros? ¿Que tenían la famosa "vida por delante"? Yo tengo mi vida esperando acá, ni adelante, ni detrás de mí, acá: está en este momento conmigo, lista para ser exprimida hasta la última gota.

Creo que esta mitad del año será testigo de un cambio de 180º en mi vida. Es hora de disfrutar.

Besos para todxs.