miércoles, 20 de julio de 2016

"La suerte de la fea...

... la bonita la desea". Así rezaba un dicho que mi mamá me repitió muchas veces en mi primera adolescencia. Yo me imaginaba que, al llegar a la juventud, iba a ser una poderosa empresaria y las lindas iban a verme desde el subsuelo; mientras todo el éxito iba a ser mío ellas iban a seguir siendo lindas pero no admiradas.

Demás está decir que ese "refrán" me marcó de una manera no positiva, digamos, durante buena parte de mi vida. Es más, el día de hoy todavía tengo dudas de mi verdadera belleza (interior, por supuesto, si no, no estaríamos hablando). Esto no puedo endilgárselo sólo a mi madre, hay que agradecer también a las revistas, la televisión y, en resumen, a todos los medios de comunicación en general, y además a los hombres quienes, aunque se casen con chicas "normales", viven baboseándose por las bonitas (agradezco, asimismo, a mis compañeritas de primaria y secundaria quienes se encargaron de hacerme sentir "fea" siempre que tuvieron oportunidad).

Fea o no, el no tener "suerte" con los muchachos reforzó el concepto del refrán. Siempre que iba a bailar, "planchaba"; el único que me sacaba era un chico tan "feo" como yo, que era cool porque su familia era rica: obvio que era su última opción y él también la mía, por eso bailábamos siempre a la hora de los lentos, es decir, tipo 5 a.m.; como ambos conocíamos nuestra limitaciones "bellísticas" no nos recriminábamos nada ni tampoco nos proponíamos nada excepto no ser los únicos sin bailar a esa hora. Para esto, yo estaba en el boliche desde la 1 a.m. planchando y acumulado la ropa en un canasto que estaba en la esquina (es una forma de decir, por supuesto).

Mudarme de ciudad tampoco ayudó; mejorar la puntería, menos. Mi verdadero obstáculo era poner la mira en los muchachos que de ninguna manera iban a darme bolilla: ¿cuándo un chico lindo le dio bola a una chica fea? NUNCA, bah, sólo en las películas, y todos sabemos que cuando terminan el chico regresa a los brazos de su novia linda. Obvio que hay excepciones pero sólo son eso. Siempre me pregunté por qué no podían gustarme los chicos que debían gustarme, es decir, aquellos que la sociedad decía que eran mi "perfect match"; pero las feas hemos creído en La Cenicienta desde los 4 años y hemos esperado a ese bombón de príncipe desde que tenemos memoria: lo que nos olvidábamos es que Cenicienta era rubia, de ojos celestes, de cuerpo perfecto y voz angelical (gracias, Walt).

En síntesis: es mentira que las lindas nos envidian la suerte, es mentira porque ellas tienen más suerte que nosotras: son halagadas, admiradas, piropeadas y tienen la tarjeta del baile llena de pretendientes. He dicho.

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