martes, 22 de noviembre de 2016

20 años no es nada

Esa frase trillada hoy se ha convertido en la verdad más absoluta. Mi amigo de hace más de 20 años, mi amigo a quien adoraba, mi amigo con quien sabía que podía contar aunque no lo viera, tomó una decisión. Es verdad que en un divorcio hay muchas cosas que se pierden, muchas personas que se esfuman, muchas relaciones que desaparecen... Pero él, a quien conozco desde mis 17 años, que se supone que me quería más a mí, que se supone que si tuviera que elegir lados debería elegir el mío, que se supone que debía escucharme primero a mí, que se supone que no debería necesitar escucharme ni preguntar qué pasó, sólo estar de mi parte porque me quiere... Él eligió a mi ex.

Este año han pasado muchas cosas, y siguen pasando se ve. Me he desilusionado de mucha gente, gente que he conocido por poco tiempo y, por eso, a pesar del dolor, eventualmente resultará fácil superarlo... Puede que esto sea un golpe a mi ego, lo acepto, pero no me parece justo. O quizás lo es, no lo sé.

Me siento para el traste hoy. Es probable que esté equivocada, es probable que así sean las cosas, que la gente en común quede un poco en el medio y no sepa para dónde correr, es probable que yo esté sensible y me sienta sola y que, en otro momento, esto sea una anécdota o una nota de color. Es probable que yo no haya crecido nunca y hoy me sienta así, desamparada, como hace unos días cuando recordé esa vez que los Reyes Magos no me vieron y me dejaron con la mano extendida, esperando que me den un caramelo. Es probable que yo, con mis 41 años, hoy siga esperando con la mano extendida que me den algo que nadie me tiene que dar, igual que cuando tenía 6 años.